Yo, otra vez.

Julieta No Capuleto
4 min readMar 28, 2021

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El viernes terminé mi primera novela. La terminé contenta, con una taza de té enfrente, antes de la medianoche y con un poco de dolor en la espalda por haber estado sentada tantas horas.

El año pasado falleció mi escritor favorito, Carlos Ruiz Zafón, que no es mi favorito sólo por sus obras, sino también por saber poner límites cuando otros querían inmiscuirse en su literatura. Zafón se dedicaba a la publicidad, hasta que la dejó porque sentía que se estaba “traicionando a sí mismo”. Publicó su primera novela a los veintiséis o veintisiete años, edades que yo voy a alcanzar este año y el que viene y, si bien no me gusta compararme con otros, es inevitable sentir el pequeño sentimiento de esperanza cuando vemos que quienes lograron lo que aspiramos comparten con nosotros muchos de sus fracasos.

La felicidad que me dio terminar mi novela no fue sólo porque ya estaba terminada. El escribirla, terminarla y amarla representan para mí tal vez más de lo que representarían para otro autor, porque más allá del potencial que tengan esas páginas, su existencia representa para mí el hecho de que dejé de traicionarme a mí misma.

Llevo años traicionándome a mí misma. Me traicioné a mí misma cuando creí cuando la sociedad me dijo que tenía que aprender cosas para aprender a hacer algo, mientras ignoré todo eso con lo que yo ya había nacido, y que estaba lista para enseñar. Me traicioné a mí misma cuando ocupé lugares que no quería ocupar, fui a lugares a los que no quería ir y me enredé con amistades que no eran sanas, que me exigían ser otra cosa, que necesitaban menospreciarme para sentirse valiosas. Me traicioné a mí misma cuando intenté una y otra vez hacer funcionar relaciones que no sólo me dañaban y no tenían que ser, sino que de llevarse a cabo, me alejarían del lugar en el que siempre quise estar. Me traicioné a mí misma cuando me comporté como no quería comportarme para que los demás no se sintieran intimidados, cuando me corrí del centro para poner a otros que solamente querían sentirse contemplados, porque a mí siempre me interesó bastante poco ser el centro de atención, a diferencia de todas esas personas de las que todos se alejaban y que se me pegaban porque en ese entonces yo sentía que me hacía buena persona el sentirme una molestia y darle a los demás lo que me pedían.

Hoy sé que para ser buena persona primero tengo que ser buena conmigo misma. Sé que no me hace mejor persona dejarme de lado a mí por hacer feliz a alguien que para ser feliz necesita pisotear mi integridad. Ahora entiendo que todo ese tiempo que gasté intentando entender a personas que nunca intentaron entenderme debería haber sido gastado en mí, que a veces las otras personas se sienten cómodas conmigo a costa de mi propia comodidad. No hablo solo de amores, también hablo de amigos. Pero si me pongo a pensar en amores, también me puse a pensar en todas esas relaciones que habían fracasado, en por qué las cosas salieron mal, si yo siempre hice feliz al otro, si el otro siempre me dijo que yo siempre lo hice feliz. En estos casos hay quienes dicen que la gente se aburre, que les gusta lo difícil. Yo no creo que sea así, o que al menos este no es el caso, porque de todos mis defectos sé que no soy una persona que aburre y también sé que soy, a veces, un poco difícil. Ahora entiendo que esas relaciones no funcionaron porque yo nunca quise que funcionaran. Que me traicioné a mí misma porque ser yo en algunos lugares es sentirme fuera de lugar, porque todos esos hombres que me gustaron no me gustaron a mí, sino a la persona que estaba aparentando ser, la que sonreía sin problemas y se quedaba siempre para intentar entender situaciones de las que debería haber huido inmediatamente. Que siempre es más fácil decirle al otro que es malo y que a veces, o casi siempre, los hombres son muy tarados, pero yo también estoy siempre buscando en el lugar equivocado. No puedo estar buscando vacas en el fondo del mar y después enojarme con los peces por lo que son.

Estos últimos años hice muchos amigos y perdí muchos otros. A los que perdí los perdí por decisión propia, ninguno se alejó y ninguno quiso dejarse de llamar mi amigo. Cuando me puse a pensar el porqué, llegó a mí el pensamiento de que capaz tengo un problema, que soy demasiado exigente, que tal vez estaba siendo poco tolerante, pero después pensé que tengo mucha gente en mi vida que no me pide nada y a la que no le pido nada, y ahí fue cuando me di cuenta de que toda esa gente no me quería a mí, quería a la persona que le aguantaba todas las rabietas, aguantaba la soberbia, la manipulación, la invasión y la presencia extremadamente demandante. Y esa no soy yo. Esa es la versión complaciente que intenté crear todos estos años, que no hizo más que destruirme y hacerme infeliz.

Ahora que terminé mi novela, siento que las cosas por fin van a cambiar, porque es el recuerdo permanente, existencia, visualizable, de que yo soy yo. Estoy en una etapa de mi vida en la que me siento en la obligación de emprender muchos cambios, repensar lo que quiero y con quiénes quiero lograrlo, pero ahora sé que, haga lo que haga, siempre voy a tener algo que me recuerde que yo soy yo, otra vez.

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